Desde que empecé a fabricar mis propios jabones, noté que veía el mundo con otros ojos. Me explico; las cajas de tetrabrick de mi leche de soja favorita tenía las medidas
justas para servir de molde de mis jabones de aceite de oliva reciclado; los bazares chinos empezaron a ser lugar de culto obligado. Allí me iba a
la sección de trastos para cocinar que, hasta entonces, había siempre
esquivado por que ¡para que engañaros: ¡cocinar no es lo
mío!.
Al empezar a ver el mundo con ojos de jabonera encontraba aplicaciones a
muchos de los utensilios “cocinillas”.
- Un rallador
de queso -¡genial, para rallar el jabón!-.
- Un
extrae-corazones -¡me viene estupendo para hacer efectos en el jabón y
troquelarlos!-.
- Una lengua
de pastelería -¡Ummm, imprescindible para arrebañar la traza de las jarras!-.
- Un cortador
de queso con guillotina -¡lo que necesitaba para cortar el jabón!-.
Era una tarea pendiente crear mi blog y aunar dos pasiones: escribir y
hacer jabones pero para amenizar este rinconcito se hacía imprescindible cargar
la cámara de fotos y discurrir cómo vestir y adornar mis creaciones. Y esta
cuestión me paralizaba.
Hace unos días quería presentar en sociedad mi jabón de café, ¡me desvelaba a las noches
pensando en su puesta de largo!
Hasta que reorganizando el aparador me fijé en la vajilla completa de doce
servicios que me había regalado mi padrino y que había olvidado totalmente.
Aysss, ¡lo confieso!, Me pareció horrorosa y pensé reservarla para ocasiones en
las que no tuviera más platos en la cocina pero...
¡Por fin ha llegado el día! y hoy visto mi mesa de fiesta para presentaros
mi jabón de café.
P.D: Gracias padrino por la vajilla de doce
servicios, las fuentes, las salseras, la sopera y el juego de café. TE QUIERO.